Sprühhalsbänder (SP)

von Clarissa v. Reinhardt

¡Déjame en paz!

El texto que puedes leer a continuación está enviado por la adiestradora de perros alemana Clarissa v. Reinhardt sobre aprendizaje animal, traducido del ingles por Elena Álvarez.

En la actualidad, muchos adiestradores recomiendan el uso de collares de citronela, un producto que se ha puesto de moda para educar a los perros. Dichos collares, que emiten una suave fragancia supuestamente inofensiva, han ganado prestigio desde que la popular cuidadora de perros Katja Geb-Mann empezara a promocionarlos en su programa semanal de la televisión alemana, demostrando que no hay problema que tenga el perro, que no pueda solucionarse mediante el simple accionamiento de un mando a distancia.

Sin embargo, el sentido común nos advierte que algo debe esconderse detrás de lo que los fabricantes y usuarios de este producto califican de inofensivo. Resulta un tanto extraño que algo que supuestamente no le importa nada al perro pueda cambiar comportamientos instintivos y genéticamente programados, como el de la caza. A la gente se le pide que pruebe a ponerse el collar mientras el adiestrador activa el dispositivo y… ¡no está nada mal! Apenas un soplo de humedad, de aire fresco. “Es verdad, no me dolió nada” confirma convencido el dueño del perro. Pero los productores y adiestradores no informan (bien porque no lo saben, bien porque temen perder beneficios) de que los sonidos repentinos que parecen venir de la nada asustan a los perros.

¿Ha observado usted que los perros dan vueltas y vueltas antes de echarse a dormir? Desde un punto de vista biológico, esta acción tiene sentido. Se trata de un comportamiento heredado de los canes primigenios, que vivían en el exterior. Previamente al acto de tumbarse en la hierba, se giraban para sentirse seguros. En caso de escuchar un sonido extraño (como el silbido de una serpiente), saltaban a otro lado. ¡Y ahora estamos empleando este ruido, que provoca tanto miedo en ellos y que se genera justo debajo de sus barbillas! Si pulsamos el botón un par de veces, sentirán, más que miedo, verdadero pánico –¡sin posibilidad de escapatoria!

Este hecho es, por sí solo, razón suficiente para no usar nunca este aparato en nuestros amados animales de compañía. Sin embargo, existen más problemas relacionados con su uso.

Los perros nunca saben cuándo y por qué les está pasando esto, por lo que están esperando de forma permanente a que ocurra. Si desea saber cómo puede llegar a sentirse, puede realizar un sencillo experimento sobre usted mismo: pida a un miembro de su familia o a un amigo que le dé sustos de los llamados de muerte -pueden chillarle con fuerza o encender repentinamente el radiocasete cuando menos se lo espere; por ejemplo, mientras usted se relaja en su sillón favorito o juega a las cartas con sus amigos- en horas aleatorias. El experimento ha de continuar al menos unas horas, o incluso días, y usted debe ser asustado varias veces sin saber en qué momento va a suceder. Pronto se dará cuenta de que el susto en sí no es tan malo como los interminables minutos en que está temiéndolo. Aunque no quiera que ocurra, casi espera a que no pase mucho tiempo antes de que ocurra para que pueda descansar un rato después –lo que ni tan siquiera es el caso, porque puede repetirse de forma inmediata- cuandoquiera que su amigo guste. No suena muy bonito, ¿verdad?

Otro gran problema asociado es el hecho de que el perro aprende por asociación de unas cosas con otras. Digamos que Fido lleva puesto el collar y recibe el shhhh porque no ha reaccionado a varias llamadas para que vaya. Usted hace esto porque quiere enseñarle que será castigado en caso de no obedecer. Sin embargo, hay muchas posibilidades de que, en ese preciso instante, vea un niño, un corredor u otro perro/a, que entonces conectará con el castigo. Entonces obtendrá un perro que sigue sin reaccionar a sus llamadas, pero se siente asustado o incluso agresivo hacia la persona o animal que vio. La gente no tiene ni idea de por qué a su perro ya no le gustan los niños y ladra a los corredores, cosa que no hacía antes.

Yo trabajo con muchos de estos casos en mi escuela para perros. Muy recientemente conocí a un Ridgeback de Rodesia macho, cuyo collar se activaba siempre que estaba a punto de irse a cazar. Sin embargo, su perro de compañía hembra estaba siempre presente también en esas salidas. Sus compañeros humanos no vinieron a verme con respecto al tema de la caza, sino porque el macho parecía evitar la compañía femenina. Siempre que ella entraba en la habitación o quería acurrucarse con él (como hacía a menudo), él abandonaba la habitación con síntomas de ansiedad y nadie sabía por qué. ¡Qué les han hecho a estos perros! ¿Qué clase de sentimientos les han provocado los humanos? El perro se empezaba a asustar de su amiga, a la que tanto quería. Ella, por otro lado, no podía entender la razón por la que él ahora la evitaba, cuando, en el pasado, solían jugar y divertirse juntos. Por su parte, el adiestrador que recomendó el collar piensa ahora que fue una buena idea que los perros se distanciaran porque han evolucionado de formas muy diferentes y, sencillamente, ya no se llevaban bien. Dijo que los miedos del macho debían ser atribuidos al carácter dominante de la hembra. Podría llorar cuando veo perros así, o tal vez enfadarme mucho.

El asunto empeora al considerar que, entre perros, ningún elemento se generaliza tan rápido como el miedo a los ruidos. Muchos de ellos desarrollan un miedo a los ruidos después de haber tenido que llevar un collar de citronela. Ahora se asustan de cosas que antes no les daban miedo, como la apertura de una lata de refresco, el ruido del aceite caliente en una sartén, sonidos de golpes y disparos. El Ridgeback de Rodesia del que hablaba más arriba corrió a esconderse debajo de la mesa cuando abrí mi botella de agua. No hice esto porque tuviera sed –lamentablemente, se ha convertido en uno de mis procedimientos habituales para conocer y analizar un perro nuevo, con el fin de comprobar si la gente ha usado un collar de citronela con él o ella. Su compañera humana estaba realmente sorprendida cuando afirmé, después del truco de la botella, que se había usado este instrumento con él. Ella no había previsto el contármelo, pues conocía que yo no apruebo su uso. Se sorprendió mucho cuando le conté la reacción de su perro a la botella. Y se enfadó cuando le expliqué la razón por la que su perro tenía ahora miedo de su compañera y de otros ruidos. Estaba enojada con el adiestrador que no le habló sobre los efectos secundarios del collar, sino que le reiteraba lo simple e inofensivo que era. Me tengo que preguntar a mí misma si mis colegas que usan este mecanismo no conocen los efectos secundarios o simplemente no se los cuentan a la gente, porque de otro modo nadie les permitiría usarlos. No sé qué es peor.

Por último, y no menos importante, existen también problemas técnicos con estos collares. Se ha informado de que los collares de citronela pueden ser activados por otras radiofrecuencias o incluso por un mando a distancia de otro collar cercano. Eso significa que un perro que está simplemente allí, jugando o haciendo cualquier otra cosa, puede sufrir el castigo. Por supuesto, esto provoca que el perro lo espere todavía más a menudo, lo cual multiplica las probabilidades de realizar una asociación errónea.

De modo adicional, estos collares no siempre funcionan adecuadamente y pueden fallar o retrasarse por causa de la humedad ambiental (niebla o lluvia). Además, no avisan con anticipación del momento en que se agotarán las pilas, por lo que se podría estar presionando el botón sin que nada ocurra -lo que tendría el efecto de elogiar a Rover por un comportamiento negativo (dando por hecho que alguna vez lo entendió como castigo). El perro, entonces, aprende que simplemente tiene que hacer algo una y otra vez para conseguir el éxito (por ejemplo, no ser castigado por el collar).

No hay duda: los collares de citroneta, lejos de resultar inofensivos, resultan ser peligrosos. Algunos perros están tan traumatizados por ellos que han desarrollado una “indefensión aprendida”, que les lleva a no hacer casi nada, debido al miedo constante de castigo que parece venir de la nada. Rehabilitar a estos animales -y ayudar a sus desesperados compañeros humanos- a menudo requiere un entrenamiento apropiado a largo plazo para sacarlos de su desamparo y liberarlos de sus miedos. Se supone que los collares de citronela constituyen una rápida solución a todos los problemas, reales o imaginarios. Pero no es así de sencillo. Los perros son seres sensibles e inteligentes, a los que no se puede manipular, y presentan formas de aprendizaje muy diferentes de las nuestras. Insto a la gente a que se informe e investigue acerca de todos los métodos recomendados por los adiestradores antes de probarlos en sus perros.

Cuando haya duda, la mejor forma de decidir es aplicando la Regla de Oro: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti.

© Clarissa v. Reinhardt
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